viernes, mayo 07, 2004

Este texto, cuento, relato o lo que fuere, forma parte de mi libro, Nunca nada es exactamente así, publicado por Tierra Adentro. También se publicó en uno de los primeros números de El Zahir, bonita revista, grandotota…


11:52 p. m.


Para Carlos Híjar Arreola

Escribes. Te aferras al lápiz, tanto como si fuera parte de ti, como si estuviera encarnado en tu mano derecha, ahí entre el pulgar y el índice. Te lo despegas después de escribir tres horas consecutivas, sólo para quitarte de la mejilla -sudada irritada- esa gota que tu creías de sudor, pero que después compruebas no lo es, cuando descubres la génesis de ese decimal de mar que intenta borrar lo que en el papel escribes. Lágrimas, nada más eso te faltaba, lágrimas sin motivo aparente, como plumas de ave roc sobre tu escritorio. Es entonces cuando corres la cortina con un fuerte ademán y se escabulle por entre las celosías ese viento perenne que te calma por un momento el calor interno, casi ulceroso, de haber producido una tormenta sobre tus manuscritos. Sólo unos segundos -quizá tres, quizá siete- te invade el gusto agrio de sentirte valiente, porque más tardas en pensarlo que en salir de nuevo, como en fila, una tras otra, las gordas gotas, burdas lágrimas que golpetean sin cesar sobre el papel, como queriendo perforarlo, como deseando distraerte de esa contemplación que haces de la noche. Por la ventana, por tu ventana, la noche no mide más de uno por tres de ancho, pero con eso te basta para percibir el tenue color gris del aire, que ahora pasa del gris al negro y del negro al gris. En tu cuatro sigue lloviendo, y de pronto, todo para, todo cesa mecánicamente; se te quiebran las rodillas en sentido contrario a la manera en que uno se hinca, se te rompen así, te las rompes así, como queriendo entrar al templo que tienes a tus espaldas. Caes estrepitosamente y tu cuarto, en dos segundos -en uno, tal vez- se transforma, ya no importa nada, ni el cigarrillo consumido hasta el filtro, ni la taza de café a medias, ni el frasco de Válium vacío que apenas si es movido por una ráfaga de aire que lo hace caer desde encima de tu máquina de escribir, para ir a pegarte en la sien. No importa eso, no importa nada ya, porque la noche ha muerto, y con ella, alguien más.

DAVID IZAZAGA

4 Comments:

At 11:44 a.m., Anonymous Anónimo said...

¡Maestrooooo!. Lo encontré, muchísimos años después. A veces percibo un aroma parecido al suyo y me da curiosidad saber en qué anda usted. Le mando un gran abrazo.

 
At 11:26 a.m., Anonymous Anónimo said...

y cual es el titulo del cuento?

 
At 11:28 a.m., Anonymous Anónimo said...

ah! se llama 11:52?

 
At 6:22 p.m., Blogger David said...

Sí, 11:52

 

Publicar un comentario

<< Home